Querido
amigo,
Una
sonrisa se dibujaba en su cara, perdida en sus lecturas. Desconcentrada de los
campos magnéticos se refugiaba en un manga. Su abundante cabello rizado, reseco
y despeinado conquistaba partes de su cuerpo además de la cabeza. De risa
nerviosa y falsa; de carácter desconfiado y siempre defensivo excluía amistades
mientras invadía conversaciones ajenas. Lo intenté pero por razones que atentan
contra los cinco sentidos – incluso seis- tuve que resignarme a huir de ella en
las clases de física. Me temo que no entiendo por qué hay personas que son el
tirano de su propia existencia.
Habrás
notado, amigo mío, que esto ha sido un poco diferente de lo que te tengo acostumbrado.
No sé, tenía la cabeza perdida en un mar de ideas y me dio por darle un toque
literario a nuestra correspondencia.
Esta
semana ha sido muy dura aunque no tan dura como la hora que pase al lado de Pelorizado
cuando no tenía excusa para cambiarme de sitio. Pero largas horas de estudio
olvidadas, tengo que admitir que ha sido bastante emocionante.
Terminadas
las clases y exhaustos después del examen más mortal de mates que te puedas
imaginar bajábamos dirección al lago cuando, asqueados del rascacielos que
evacuaba sus intestinos en la fachada, nos desviamos por las viñas. El aire
fresco que acariciaba nuestras caras contrastaba con los primeros rayos de sol que
veíamos estas dos semanas. Daba, ya sabes, esa sensación de frio y calor en la
piel.
- - Dios! Lo que me gustaría correr a través de ese campo – dijo Carla.
- - Uuuuuuuhhhhhuuuuuu!!! – chillé.
No había
terminado la frase que yo ya estaba galopeando cuesta abajo. Las hierbas, con
flores amarillas, eran igual de altas que yo. No eran molestas, eran muy
bonitas y espaciadas. Carla ya se había lanzado tras de mí. Corríamos, sin más
preocupación que la de disfrutar. Reíamos. Chillaba. Fue un momento maravilloso
que brillaba por su simplicidad. No pudimos evitar compararnos con Heidi o La
casa de la pradera. Era de película. Nuestras mentes aún derivaban de felicidad
cuando nos dimos cuenta que teníamos que volver a subir. También nos reíamos de
lo que tenía que pensar de nosotros la deportista que pasaba corriendo por un
sendero un poco más arriba. De todas maneras después de lo que habíamos sufrido
las dos horas anteriores cualquier cosa que hiciésemos estaba justificada.
Estoy
bastante nervioso porque mañana Alex tiene una cita con Pelirojo. Espero que se
lo pase bien, y muy bien también, no sé si me entiendes. Porque se lo merece.
Me lo contó cuando volvíamos a casa después de habernos tumbado en los céspedes,
rodeados de tulipas al borde del lago. De hecho se hizo la dormida para que pudiésemos
estar, Carla y yo, algo más a solas. De todas maneras no me habría atrevido a
lanzarme en su presencia. Tampoco era necesario ya que las caricias en la
oreja, sus risas por las cosas que digo, que no todas son graciosas y ambos lo
sabemos, demostraban que ella sentía algo por mí.
Hoy,
hemos ido de turistas por la “capi”. Hemos visitado la catedral, la tienda
H&M, hemos tomado un café en un lugar tan bonito que me hacía pensar en
esas cafeterías de Paris que se ven en las películas. Estaba en el casco histórico
pero apartado de la gente, era casi secreto. Las rosas de aquella cafetería trepaban
la pared en piedra de la casa. Las aceras, de piedra igualmente, daban un toque
siglo XIX. Después en esa misma calle escondida entre dos casas. Una librería.
Amadores de lectura que somos, entramos. Eran de segunda mano. ¿Qué puede ser
más mágico que una historia que tiene una historia? Por cierto! Ahora estoy
leyendo “la mecánica del corazón” de Mathias Malzieu. En la segunda página
debajo del título pone:
“Te presto esta golosina vista tu necesidad
de lectura…”
Carla
Pd: Gracias de nuevo por las flores.
Con cariño, David
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