viernes, 9 de mayo de 2014

Quinta Carta

Querido amigo,
Una sonrisa se dibujaba en su cara, perdida en sus lecturas. Desconcentrada de los campos magnéticos se refugiaba en un manga. Su abundante cabello rizado, reseco y despeinado conquistaba partes de su cuerpo además de la cabeza. De risa nerviosa y falsa; de carácter desconfiado y siempre defensivo excluía amistades mientras invadía conversaciones ajenas. Lo intenté pero por razones que atentan contra los cinco sentidos – incluso seis- tuve que resignarme a huir de ella en las clases de física. Me temo que no entiendo por qué hay personas que son el tirano de su propia existencia.

Habrás notado, amigo mío, que esto ha sido un poco diferente de lo que te tengo acostumbrado. No sé, tenía la cabeza perdida en un mar de ideas y me dio por darle un toque literario a nuestra correspondencia.
Esta semana ha sido muy dura aunque no tan dura como la hora que pase al lado de Pelorizado cuando no tenía excusa para cambiarme de sitio. Pero largas horas de estudio olvidadas, tengo que admitir que ha sido bastante emocionante.

Terminadas las clases y exhaustos después del examen más mortal de mates que te puedas imaginar bajábamos dirección al lago cuando, asqueados del rascacielos que evacuaba sus intestinos en la fachada, nos desviamos por las viñas. El aire fresco que acariciaba nuestras caras contrastaba con los primeros rayos de sol que veíamos estas dos semanas. Daba, ya sabes, esa sensación de frio y calor en la piel.
-                      -     Dios! Lo que me gustaría correr a través de ese campo – dijo Carla.
-                     -     Uuuuuuuhhhhhuuuuuu!!! – chillé.
No había terminado la frase que yo ya estaba galopeando cuesta abajo. Las hierbas, con flores amarillas, eran igual de altas que yo. No eran molestas, eran muy bonitas y espaciadas. Carla ya se había lanzado tras de mí. Corríamos, sin más preocupación que la de disfrutar. Reíamos. Chillaba. Fue un momento maravilloso que brillaba por su simplicidad. No pudimos evitar compararnos con Heidi o La casa de la pradera. Era de película. Nuestras mentes aún derivaban de felicidad cuando nos dimos cuenta que teníamos que volver a subir. También nos reíamos de lo que tenía que pensar de nosotros la deportista que pasaba corriendo por un sendero un poco más arriba. De todas maneras después de lo que habíamos sufrido las dos horas anteriores cualquier cosa que hiciésemos estaba justificada.

Estoy bastante nervioso porque mañana Alex tiene una cita con Pelirojo. Espero que se lo pase bien, y muy bien también, no sé si me entiendes. Porque se lo merece. Me lo contó cuando volvíamos a casa después de habernos tumbado en los céspedes, rodeados de tulipas al borde del lago. De hecho se hizo la dormida para que pudiésemos estar, Carla y yo, algo más a solas. De todas maneras no me habría atrevido a lanzarme en su presencia. Tampoco era necesario ya que las caricias en la oreja, sus risas por las cosas que digo, que no todas son graciosas y ambos lo sabemos, demostraban que ella sentía algo por mí.

Hoy, hemos ido de turistas por la “capi”. Hemos visitado la catedral, la tienda H&M, hemos tomado un café en un lugar tan bonito que me hacía pensar en esas cafeterías de Paris que se ven en las películas. Estaba en el casco histórico pero apartado de la gente, era casi secreto. Las rosas de aquella cafetería trepaban la pared en piedra de la casa. Las aceras, de piedra igualmente, daban un toque siglo XIX. Después en esa misma calle escondida entre dos casas. Una librería. Amadores de lectura que somos, entramos. Eran de segunda mano. ¿Qué puede ser más mágico que una historia que tiene una historia? Por cierto! Ahora estoy leyendo “la mecánica del corazón” de Mathias Malzieu. En la segunda página debajo del título pone:
“Te presto esta golosina vista tu necesidad de lectura…”
                                                                              Carla

Pd: Gracias de nuevo por las flores.


Con cariño, David

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